terça-feira, 18 de dezembro de 2007

Diario de un genio

L.H.O.O.Q.- M. Duchamp

Por Salvador Dalí


El 13

Un periodista ha venido de Nueva York sólo para solicitar mi opinión sobre ´La Gioconda´ de Leonardo. Le digo:

-Soy un gran admirador de Marcel Duchamp, quien precisamente realizó esas famosas transformaciones en el rostro de ´La Gioconda´. Le dibujó unos pequeños bigotes, unos bigotes ya dalinianos. Encima de la fotografía añadió con letras muy pequeñas, que apenas podían leerse: L.H.O.O.Q. (el pronunciar cada una de estas letras en francés da como resultado expresar fonéticamente ´elle a chaud au cul´- N. del E.)¡Tiene el culo caliente! Siempre he tenido gran respeto por esta actitud de Duchamp, que en su época correspondía a una cuestión aún más importante: la de saber si procedía o no quemar el Museo del Louvre. Por aquellas fechas, yo era ya un ferviente admirador de la pintura ultrarretrógrada, encarnada por el gran Meissonier, que siempre he considerado como un pintor muy superior a Cézanne. Y, por supuesto, era de los que sostenían que no había que quemar el Museo del Louvre. Hasta ahora veo que se ha tenido en cuenta mi opinión al respecto: todavía no se ha quemado el Museo del Louvre. Es evidente que, si cualquier día decidieran quemarlo, debería salvarse ´La Gioconda´ y, en caso de necesidad, mandarla incluso a América, y no solamente porque es de una gran fragilidad sicológica. En el mundo reina una auténtica giocondolatría. Algunos han expresado su admiración hacia ella de una forma muy rara, como el caso del individuo que la lapidó hará ya unos años, típico caso de flagrante agresión contra la propia madre. Si se supiera todo lo que Freud ha pensado sobre Leonardo da Vinci, todo lo que el arte de este último ocultaba en su subconsciente, fácilmente se deduciría que, en la época en que pintó ´La Gioconda´, estaba enamorado de su madre. De una manera inconsciente, pintó a un ser que exhibe todos los atributos maternales sublimados. Tiene un pecho exuberante y ofrece a todos los que la contemplan una mirada maternal. No obstante, sonríe de una manera equívoca. Todo el mundo pudo ver, y ve todavía hoy, que hay en esta sonrisa equívoca una dosis de erotismo muy específica. ¿Qué puede ocurrirle, pues, al pobre desgraciado víctima del complejo de Edipo, es decir, del complejo que consiste en estar enamorado de la propia madre? Pues que entra en un museo. Un museo es una casa pública. En su subconsciente, lo ve como un burdel. En este burdel ve la representación del prototipo de todas las madres. La presencia angustiosa de su madre que le lanza una mirada dulce y le sonríe de una forma equívoca, le induce a un acto criminal. Comete un matricidio, tomando la primera cosa que tiene a mano, en este caso una piedra, y rompe el cuadro. Es la agresión típica de un paranoico...

Cuando se despedía, el periodista me dijo:

-¡Esto valía el viaje!

¡Soy, en efecto, de la opinión de que valía el viaje! He observado cómo él subía por la cuesta, pensativo. Al alejarse, he visto que se agachaba para recoger una piedra.

Por Salvador Dalí

Fragmento de Diario de un genio (1952-64), ed. Tusquets, Colección Andanzas

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